Y aqui llega el capitulo 5...
Se que he tardado, y que probablemete este es el que peor este por culpa del +18, pero hice lo que pude XD
Capitulo 5: Paris
(Este capitulo lo cuenta Magnus en primera persona)
(+18)
Paris. Ojalá hubiera alguna manera de evitar que no me obsesionara tanto esta ciudad.
Estaba tumbado en la cama de un precioso y carísimo hotel, de la cadena hotelera más lujosa de la ciudad…
“A quien voy a engañar −pensé− no me importa lo cómodo que sea el colchón en el que estoy, lo bonito que sea el hotel o cuanto cueste una noche aquí. Lo único que me importa es el hombre que está a mi lado”
Alec está todavía más guapo cuando duerme.
Habíamos llegado la noche anterior a última hora, o ha primera hora de esta madrugada, según por donde se mire.
Anoche no pasó nada. Nada. Lo cual es una pena, porque me apetecía estrenar la cama del hotel, y se que siendo yo como soy y que a Alec le habría parecido una gran idea (si, si, es increíble como he pervertido a ese vergonzoso nefilim en tan poco tiempo)… le habría parecido una gran idea, si, pero teniendo en cuenta que únicamente me dio tiempo a deshacer las maletas y a hacer un pequeño trato con él antes de que se quedara dormido…
¡Pero mira que es mono cuando duerme!
La noche anterior habíamos echo un trato: si el dormía sin camiseta yo me ponía unos calzoncillos para dormir. Ahora me doy cuenta de que podía haber regateado un poco más, pero ya da igual.
Estaba dormido como un tronco, abrazado a mí y con una tranquila sonrisa en su sereno rostro. Acaricié su pelo, tenía la cabeza apoyada en mi pecho, a la altura del hombro, y parecía tan tranquilo, tan inocente…
Tuve una idea.
Alec no tenía porque enterarse, de hecho espero que no se entere.
Chasqueé los dedos y mi móvil se materializó en mi mano. Lo puse en silencio. Lo último que quería era despertarlo.
Me arrimé a Alec, levante el brazo con el móvil en alto, esbocé una sonrisa y saqué la foto.
Había que ver lo bien que había salido la foto. A la izquierda, con el brazo derecho que sostenía la cámara fuera de la foto y con una traviesa sonrisa en los labios estaba mi maravillosa persona. Y apoyando la cabeza en mi hombro, con los brazos rodeando mi cintura, abrazado a mí, y en la derecha de la foto se encontraba Alec, durmiendo tranquilo, con el torso al desnudo y una expresión serena y llena de paz, ajeno a la foto que acababa de hacer y que pensaba enviar.
Le envié la foto a Izzy. Y me quedé mirando dormir a Alec.
Un par de minutos después se encendió mi móvil. Era un mensaje de Isabelle:
Ohhhh que mono está mientras duerme. Voy a enseñársela a Clary.
Y yo le conteste por si acaso:
Vale, pero por favor, ni se te ocurra enseñársela a Jace.
Aproximadamente treinta segundos después de darle al botón de enviar me llegó otro mensaje:
Llegas tarde. Fue Jace quien oyó sonar mi móvil y el primero en ver la foto.
Decir que me cagué en todo sería quedarse corto.
¡¡Dile a Jace que si le dice algo a Alec lo mando de vacaciones al infierno!!
No tuve que esperar mucho para recibir una contestación:
Jace dice que se muere por ir, que espera conocer diablesas. No te preocupes, Clary se encargará de él. Besos.
Segundos después de mandarle un último mensaje a Isabelle dándole ideas a Clary de lo que podía hacerle a Jace noté como Alec empezaba a despertarse.
Rápidamente chasqueé los dedos haciendo desaparecer mi móvil y puse la expresión más inocente que pude.
−Buenos días marmota, has dormido como un lirón −dije dándole un beso. Alec me devolvió el beso todavía medio dormido.
−¿Qué hora es? −me preguntó, parpadeando varias veces para despertarse.
−¿Qué más te da que hora sea? Estas de vacaciones. −dije dándole otro largo beso.
Alec se levantó y paseó por la habitación. Después se volvió y me dijo:
−Lo digo porque a las doce vendrán a hacer la habitación.
Suspiré mirando el reloj, eran los once y pico, puede que once y medía, y como no entraba en mis planes que nos interrumpieran durante el próximo par de horas chasqueé los dedos haciendo aparecer un cerrojo en la puerta de la habitación y un cartel por la parte de fuera, en el pasillo, que decía que no molestaran.
Alec sonrió, sabía tan bien como yo como iba a acabar aquello.
Lo miré de arriba abajo. Llevaba el pelo negro deshecho, pero a él, a diferencia de al resto de los mortales, le quedaba bien. Sus ojos azules brillaban felices. Su pecho lleno de runas que ya me conocía de memoria trazadas sobre sus músculos y brazos…Y aquel pantalón. Lo único que sobraba en aquella divina estampa era ese maldito pantalón.
No me pude resistir más y chasqueé los dedos. Su odioso pantalón desapareció y Alec se quedó con unos bóxers negros. Apenas se inmutó, se había acostumbrado demasiado a esos arranques míos, y aunque ya no era tan vergonzoso seguía poniéndose rojo con increíble facilidad.
Me planteé seriamente el hacerlos desaparecer también, pero finalmente decidí que prefería quitárselos yo mismo.
−¿Sabes que día es hoy? −le pregunté mientras me sentaba en la cama, con las piernas cruzadas, disfrutando de la buena vista que tenia desde allí del nefilim.
−Mmm, mentiría si te dijera que lo he olvidado, porque eso sería imposible, −suspiró Alec− así es que supongo que tengo que decirte algo así como felicidades.
−Eso me da un poco igual −le contesté. Empezaba a tener serios problemas para poder dejar de mirarlo−.Ahora la pregunta es: ¿Cuál es mi regalo?
Por toda respuesta Alec se acercó hasta mí y me besó.
Sus besos siempre eran igual: acojonantes, excitantes, apasionados, llenos de fuego…y capaces de despertar al pervertido de mi interior que ya hacía rato que se moría por salir.
Desenredó su lengua de la mía no sin esfuerzo y me dijo:
−¿Qué cual es tu regalo brujo? Lo tienes delante, besándote y poniéndote más caliente por momentos −maldita sea, ¡cuanta razón tenía!− Siento no haber podido envolver mejor tu regalo −me dijo sonriendo maliciosamente con una sonrisa muy parecida a las mías y volviéndome a besar, enredando su lengua con la mía con urgencia− pero algo me dice que el papel de regalo no habría durado demasiado.
No lo soporté más. Hacía rato que algo en mi entrepierna estaba más presente de lo normal, pero con el último beso acabó de despertarse. Alec no estaba en mejores condiciones, sus boxers negros no eran capaces de ocultar a su amigo.
Sin poder resistirme más agarré la goma de sus calzoncillos a falta de otra cosa y tiré de él hacia mí. Nos precipitamos los dos a la cama y por poco me abro la cabeza con el cabezal.
No recuerdo cuantos gloriosos minutos transcurrieron así, mientras nos besábamos y acariciábamos sin cesar, y aunque parecía imposible, tanto la erección de Alec como la mía siguieron creciendo. Sus caderas estaban contra las mías pegadas a más no poder y el incesable y constante vaivén en el que estaban sumidas no hacía más que arrancarnos gemidos a los dos.
Pero allí sobraba algo: y más concretamente sobraban dos “algo”. No tardé demasiado en darme cuenta de que era lo que estaba de más allí, y en cuanto tuve una pequeña tregua chasqueé los dedos.
Mis calzoncillos desaparecieron al instante, pero Alec tardó todavía tardó unos segundos más en darse cuenta.
−¡Magnus! −me chilló, pero yo sabía perfectamente que no estaba enfurecido ni sorprendido.
−Oh, es verdad −le dije sonriendo perverso−, olvidaba los tuyos.
Gire fuertemente hacía el lado derecho de la cama, lo que hizo que Alec perdiera el equilibrio. Ahora era él el que estaba abajo, y yo, sin perder el tiempo me puse encima suya, notándolo todo, lo cual hacía todo excepto ayudar a calmar la situación. ¿Pero que persona en su sano juicio querría parar ahora? Sabía que en aquello siempre había un punto a partir del cual, una vez habías pasado ya no podías parar. Era lo que coloquialmente se llamaría estar jodidamente cachondo.
Ahora, tumbado como estaba encima de Alec, con su erección ejerciendo una fuerte y excitante presión en mí estomago trepé hasta su boca y le metí mi lengua hasta el estomago. No tuve más remedió que detenerme al cabo de un rato, cuando consideré que Alec no duraría mucho más sin respirar; pero mientras el jadeante nefilim se recuperaba bajé hasta su cuello y comencé a besarlo por todas partes.
−¿Te importaría si te hago un enorme chupetón? −le pregunté volviendo a subir hasta su tentadora boca.
−La última vez que me hiciste uno lo vió todo Nueva York, incluidos Jace y mis padres −me contestó él recordándome la marca que le había hecho hacía unos meses.
−En ese caso… −le dije besándolo con mi sonrisa más maliciosa− ahora tendré que asegurarme de hacértelo donde sepa que nadie va a encontrarlo por casualidad…
Bajé besando su cuello, sus hombros, su pecho…susurrando después de cada beso la palabra “aquí” diciéndole así donde podría hacerle el chupetón.
Cuando llegué a su estomago y comencé a bajar, dejando atrás su ombligo oí un gemido procedente de la garganta de Alec. Bajé hasta donde empezaba la goma de sus boxers, los cuales ya iba siendo hora de que le quitara. Se los saqué los más despacio que pude, divertido por la expresión de ahogado deseo y exasperación de su rostro.
Al fin, aquel coloso quedó libre de su oprimente y negra armadura. Estaba enorme. Exactamente igual que la mía. Finalmente me decidí a hacerle ese maldito chupetón de una vez.
El fuerte y largo gemido resonó en toda la habitación. Ahora el nefilim lucía un enorme y morado chupetón algo más debajo de donde se encontraba la goma de sus boxers. Divertido por el gemido que le había arrancado a Alec fui subiendo hasta su rostro besando todo su cuerpo por el camino. Al llegar a su oído lamí el lóbulo de su oreja.
−Algo me dice que este ya no va a verlo Jace −ronroneé en su oreja.
Alec gimió y me empujó a su derecha para segundos después colocarse encima de mí.
Yo estaba recuperándome del susto que me había llevado, porque ahora estaba peligrosamente cerca del borde de la cama y había faltado poco para que me abriera la cabeza por segunda vez en lo que llevábamos de mañana con una mesilla que estaba al lado de la cama.
Ese nefilim que algún día sería mi perdición me besó de una manera que debería estar prohibida. Pero el gemido que me arrancó no fue nada comparado con el que segundos después salió de mi garganta cuando sentí sus manos subiendo y bajando lentamente sobre mi…
−¡Por Lilith! −chillé tan fuerte como pude. ¡Como si me faltaran motivos! Además sus manos se movían tan lentas, y yo no podía soportarlo, necesitaba que fuera más deprisa o nunca iba a llegar…− ¡Alexander!
−¿Algún problema? −me preguntó como si no pasara nada. Lo estaba haciendo a propósito. Adoraba verme sufrir de esta manera.
−Joder… ¡ve más rápido!
−¿Cuál es la palabra mágica brujo? −me dijo sonriente, volviendo a besarme y moviendo su mano de una manera exasperantemente lenta sobre mi palpitante erección.
−¡AHORA! −le chillé.
Sin dejar de sonreír la cara de Alec desapareció entre mis piernas, sus manos se detuvieron y entonces…
−¡Aaaaaaaaaah! −chillé al notar como la boca de Alec entraba y salía, chupaba y succionaba mi enorme erección.
“¡¡POR LILITH!!” pensé a duras penas. “Como pares te mato” deseé decirle, pero lo único que salió de mi boca fue un entrecortado jadeo mientras mi espalda se arqueó cuando Alec intensificó el ritmo de su boca y su lengua comenzó a jugar con mi punta…
Estaba tan cerca, tan cerca…solo debían de faltar unos segundos y…
RINGGGG RINGGGG RINGGGG
Putoputoputoputoputoputo hotel…
La cabeza de Alec asomó entre mis piernas para segundos después volver a desaparecer, ignorando el teléfono, igual que yo.
RINGGGG RINGGGG RINGGGG
El puto teléfono seguía sonando, y la boca de Alec seguía succionando, llevándome hasta limites insospechados y demostrándome lo cerca que era capaz de llevarme del orgasmo en un tiempo record. Yo sentía que hacía rato que estaba caminando sobre la línea, que estaba apunto de correrme, pero el puto teléfono no me dejaba.
No se porque lo hice, supongo que cuando uno está apunto de correrse no piensa con claridad, que demonios, ¡cuando uno está apunto de correrse no piensa! Bueno, la cuestión es que contesté a la dichosa llamada.
−¡QUE! −chillé enfurecido
−¿Señor Bane? −preguntó la voz al otro lado del teléfono, estaba tan cerca que apenas distinguía si el que me hablaba era un hombre o una mujer.
Ahogué un gemido mordiéndome con fuerza el labio cuando noté que a los movimientos de boca de Alec sobre mi miembro se añadieron también el de sus manos.
¿Se podía saber que pretendía? ¿Pensaba hacer que me corriera hablando por teléfono con la recepción de ese puto hotel?
El terror me invadió y se fundió con el placer que me invadía. Claro que sería capaz… ese maldito nefilim sería capaz. Después de todo no debía extrañarme siendo yo el que lo había pervertido y el que le había abierto las puertas del sexo.
−¿Señor Bane? −la dichosa voz volvió a sonar ¿me estaba hablando un hombre o una mujer?
−¿QUE COÑO QUIERE? −le chillé. No se puede ser educado y estar apunto de correrte porque tu novio no para de…
−Lo siento −“Ohhhh, si que lo vas a sentir como no cuelgues”− ¿Le he despertado? Solo quería preguntarle si abandonarán la habitación antes de las doce…
No oí más porque agarré un cojín de la cama que mordí con fuerzas para no gritar como nunca antes había gritado…Alec seguía con su maravilloso trabajo, su boca entraba y salía y su lengua…¡Por Lilith!...su lengua no paraba quieta…sus manos subían y bajaban, no muy rápidas pero si lo suficiente para ponerme peor, si eso era posible.
Ahogué un sonoro gemido, arqueé mi espalda cuando sentí que Alec mordía levemente mi punta…
−¿Señor Bane? −Mierda, ese tío seguía ahí, y yo iba a correrme, ya no podía más…
Como si Alec pudiera percibir lo cerca que estaba aumento el ritmo…arrancándome entrecortados jadeos…
Y segundos después todo se volvió blanco…Una turbadora y conocida sensación de paz me invadió, mezclada con aquel delicioso placer…
Mi respiración fue normalizándose, y mi cuerpo se relajó…
Creo que Alec fue quien colgó el teléfono, porque no volví a oír más aquella voz mientras Alec subía de entre mis abiertas piernas, llenándome de besos y caricias...
Lo último que recuerdo antes de que me quedara dormido, ebrio de placer fue que sentí sus sonrientes, hermosos, calmados, nerviosos y fogosos ojos azules clavados en los míos, y una bella sonrisa en sus labios, de los cuales salieron las últimas palabras que me dijo antes de que me quedara dormido.
−Feliz cumpleaños −susurró suavemente en mi oído.
No recuerdo cuanto tiempo estuve dormido, porque en lo último que pensé antes dormirme fue en mirar el reloj.
Me levanté y me desperecé de una manera que debió de parecerle muy graciosa a la figura que me contemplaba desde el alfeizar de la venta.
−Te pareces mucho a Presidente Miau cuando te desperezas ¿lo sabías?
Alec estaba sentado en el ancho borde de la venta, con las piernas estiradas hasta tocar el otro lado y la cabeza repostada en la pared.
Era una imagen preciosa, deseé hacerle otra foto. Los rayos del sol daban sobre su cara y su pelo negro, arrancándole bellos destellos. Iba vestido. Llevaba unos vaqueros de un color gris casi negro, o negro casi gris, y una camisa blanca desabrochada, enseñando sus bonitos músculos a todo Paris.
Me levanté. Seguía desnudo. Completamente desnudo. No es algo que me importara mucho, es más, que Alec se recreara y disfrutara cuanto quisiera pero es que… ¡la ventana estaba abierta! Chasqueé los dedos y instantes después llevaba mis vaqueros de un azul grisáceo clarísimo, casi blanco y mi adorado cinturón con todo el arco iris y una letra “M” llena de purpurina plateada. En una maleta abierta encontré lo que me pareció una camiseta negra así que me la puse. La camiseta resultó ser de Alec pero me quedaba de maravilla, como todo.
Me acerqué hasta él y le di un ligero beso en los labios.
−¿Qué hora es? −pregunté curioso por saber cuanto había dormido.
−¿Qué más te da que hora sea? −me contestó sonriente− Estas de vacaciones.
−Mmmm…¿y que has hecho mientras dormía? −dije invadido por la curiosidad.
−Mirarte durante un buen rato −dijo él como si fuera lo más normal del mundo−, después llamé a casa para decirles que todo andaba bien, y ahora estoy aquí viendo el paisaje. Esto es precioso. Podríamos salir a pasear. Son los Campos Elíseos ¿no?
Seguí la mirada de Alec a través de la ventana. Por increíble que pudiera parecer no me había dado cuenta hasta ese momento en que zona estaba nuestro hotel, y a donde daba nuestra habitación.
Sentí que un frío terror que no experimentaba desde hacía cuatro años me invadía. No podía ser…
Tuve miedo, mucho miedo, temor… Temor al no querer recordarlo, quería alejar las imágenes que acudían a mi mente… temor a recordar lo que sucedió allí… temor a que las imágenes de lo que había perdido allí me torturarán la mente…
−¡Magnus! −la voz de Alec me sacó de aquella pesadilla que era real− ¡Te has puesto blanco! Estas pálido…¿Te encuentras bien? ¿Ocurre algo? −estaba preocupado por mí.
No podía decírselo. No ahora. No con la muerte de Max tan reciente en su mente. No quería causarle más dolor. No tenía derecho a contárselo sabiendo que lo único que haría sería hacerlo sufrir. Yo lo quería. No quería hacerlo sufrir.
Por eso había querido llevarlo a Paris. Le encantaría Paris. A todo el mundo le gustaba la ciudad de las luces… Había pensado en no visitar aquella zona, en no acercarme a los Campos Elíseos…En evitarlos, igual que evitaba mis dolorosos recuerdos.
Pero los recuerdos habían vuelto a mí. Volvió la opresión, el agujero, el vacío en el pecho que tuve durante semanas, durante meses, después de aquella batalla en la que lo había perdido todo…
La había perdido a ella, lo había perdido a él, los había perdido a los dos…“a los tres…” pensé lleno de tristeza. Y durante mucho tiempo me había perdido también a mí mismo.
−No ocurre nada −dijo el asqueroso mentiroso que se apoderó de mí voz−. Es solo que guardo malos recuerdos de este lugar −ahora mi yo normal empujó al Magnus mentiroso a algún rincón de mí mente. No iba a mentir a mi Alec, solo le contaría lo estrictamente necesario−. Muy malos recuerdos −terminé finalmente apartando la vista de la ventana. Los ojos me ardían.
Antes de que pudiera hacer nada, ni siquiera parpadear para aliviar el escozor en mis ojos sentí como Alec se levantaba y me envolvía en un calido abrazo. Enterré mi cabeza en su cuello y cerré los ojos.
−No pasa nada −me consoló Alec−. Puedes llorar si te apetece.
Levanté mi cabeza y lo miré a los ojos. Sus bonitos ojos azules rebosaban de amor.
−Gracias −le dije, sintiendo que con una sola palabra no era capaz de transmitirle lo que significaba aquello para mí−, pero hace tiempo que mis lágrimas se secaron y por muchas ganas que tenga ya no soy capaz de llorar −terminé confesándole.
−Eso no es cierto −me dijo él−. Así como el amor y el odio son infinitos, la alegría y la tristeza tampoco desaparecen nunca del todo, es solo que nos acostumbramos a convivir con ellas.
Noté que estaba pensando en su hermano Max cuando dijo aquello. Me resultaron tan simples sus palabras…tan sencillas…tan ciertas…
Lo besé, enterrando mis labios en los suyos. Lo besé lenta y dulcemente, haciéndolo olvidar, queriendo yo también olvidar. Alec me devolvió un beso lleno también rebosante de dulzura. Nos besamos sin prisa pero sin pausa, disfrutando del otro y queriendo olvidar.
Cuando nos separamos noté algo húmedo en mi mejilla: era una lágrima. No pude saber si esa lágrima era mía o de Alec. La limpié suavemente de mi mejilla y miré a Alec, sus ojos brillaban, igual que los míos debido a los recuerdos. Rodeé su cintura con mis brazos y lo miré forzándome a esbozar una sonrisa.
−Ya vale ¿no? −dije, no se muy bien si para mí mismo o para él− Estamos de vacaciones y a partir de ahora queda prohibido el no sonreír.